A la gente solitaria nos gustan las barras, nos gusta sentarnos en la barra por qué nos enfrenta, nos contiene… Cuando llegamos a ese restaurante para tomarnos un trago con nosotros mismos y nos sugieren pasar a la barra en vez de a una mesa, damos un “si” revolucionario, con certeza ciega de que venimos solos por qué nos amamos desmedidamente y estamos preparados para tener una larga y tendida plática con nosotros.
Si el solitario tiene el valor, “por qué si lo tiene” de ir y pararse a un restaurante para contestar la pregunta de la persona que lo recibe sobre cuántos serán y el solitario dar esa segura y cierta respuesta que será solo el… eso es libertad y gloria.
El solitario prefiere las barras para no incomodar, para estar en una gran mesa y espacio consigo… también en una oportunidad intercambiar comentarios con el cantinero sobre los tragos o la vida, sin embargo el solitario demuestra que quiere finalizar con la plática para poder seguir consigo, para seguir disfrutándose y para seguir siendo lo que es… un solitario empedernido que se ama con los dientes a pesar de lo contrario que dice la gente… Ya sea en un viaje o en su ciudad, el solitario se planta en los restaurantes reflejando su comodidad de estar solo.
El solitario va y sale pues le gusta su compañía y le gusta su inigualable andar. El solitario tiene todo menos séquito, el solitario de corazón, consciencia y conocimiento no tiene soledad.
El solitario camina con la frente en alto, agarra el toro, enfrenta la vida solo. El solitario desafía la soledad, de corazón y de alma.
El solitario es el ser preferido de todo mundo, pero a el le gustan los tiempos solo, los aprecia mucho y no los cambia fácilmente, pues nada a el solitario le ofrece más que su bella soledad. – Diego De la Torre
